miércoles, 25 de agosto de 2010

#Capítulo 1

Miró por última vez su reloj. Hacía más de media hora que llevaba esperándola. Dudó por unos instantes en marcharse pero después esta idea desapareció de su cabeza, ya que hacía un año que no se veían. No sabría cómo estaría ahora, si habría cambiado. En una cosa seguía siendo igual: era la persona más impuntual que nunca había conocido.

Desesperado por la espera, cogió su móvil y sus auriculares y empezó a escuchar música. Del otro bolsillo de sus vaqueros sacó su paquete de Marlboro, encendió un cigarro y se dejó llevar por la música y el humo de su cigarro. Viajó por sus recuerdos y se detuvo en ese momento de hacía poco más de un año.

Lo recordaba todo perfectamente, como si hubiese ocurrido ayer. Era finales de agosto. Habían organizado una fiesta ibicenca como despedida a todos aquellos que se iban de la playa y no volverían hasta el año que viene. Quedaron a las ocho para poder comprar algunas cosas para comer y beber. Estaban allí todos. Todos menos ella, que evidentemente se retrasó. Él no hacía más que cuestionarse si vendría. Tenía muchas ganas de que viniese. No solo por verla sino también por verla vestida de blanco. Ella siempre llevaba ropa oscura. Tenía un estilo muy personal que no a todos le gustaba. Pero a él le encantaba. Cuando no conoces a alguien en profundidad, tiendes a juzgarlo por cómo viste. En ese sentido ella no caía bien a nadie. La veían como “la rara”. Toda su ropa oscura resaltaba con un complemento de un color fuerte, que cambiaba cada día. Su pálida piel suave y su largo pelo moreno, con olor a frambuesas. Un fuerte lápiz de ojos resaltaba aún más sus ojos. Esos preciosos ojos azules celestes. Era muy guapa. Pero la gente no hacía más que criticarla por la forma de vestir que llevaba y su cuerpo algo menos delgado que el del resto de las chicas. Aún así a él le parecía perfecto. Era su pequeño ángel de negro, que esta noche vendría de blanco. El reloj marcaba ya las nueve y media cuando la vio aparecer entre la oscuridad de la noche abriéndose paso entre las dunas de arena. No tenía remedio. Era única. Venía vestida de negro, como siempre. Se dio cuenta de cómo el resto de las chicas la miraban y se reían de ella. Entonces él se dio cuenta, hoy llevaba todo negro. Todo menos una flor que le recogía ligeramente el pelo. Era una rosa blanca, hermosísima. Tanto como ella. Bueno, tanto no.

En ese momento, apuró la última calada de su cigarro, lo tiró al suelo y lo apagó. Después, con una sonrisa en la cara al recordar esa última noche pasada juntos, alzó la mirada al cielo pero le sorprendió ver cómo una chica se encontraba frente a él. Era guapísima. Se quedó ensimismado contemplándola cuando se dio cuenta de que le estaba hablando. Entonces se quitó los auriculares e hizo un gesto con la cabeza para disculparse.

-Perdona, ¿tienes un cigarro?

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