martes, 7 de diciembre de 2010

#Capítulo 14

Piden la cuenta y salen del local. Unas últimas risas por la calle bajo la luna. Por fin estaban juntos, y no querían separarse más, ni si quiera para volver a casa, pero ya era bastante tarde.
-¿Cómo te vuelves a tu casa?
-Yo andando, está bastante cerca. ¿Y tú?- Preguntó él.
-He venido en moto pero hemos bebido. Me cojo un taxi y mañana la recojo.
-¿Quieres que me vaya contigo?
-Qué dices, si me voy en taxi y en nada estoy en mi casa. Gracias de todas formas.
-Nada, pero al menos déjame que me quede contigo hasta que cojas el taxi.
-Como quieras.
Se sonríen mientras esperan y continúan hablando de ese año que han estado separados, y que tan eterno se ha hecho.
Entonces, llega el taxi. Se despiden con dos besos, y quedan en llamarse al día siguiente. Ella le promete llamarle cuando llegue a su  casa, si es así como se queda más tranquilo.

Ella sube al taxi, le indica la dirección y, efectivamente, en pocos segundos ya está en la puerta de su casa.

Él, en cambio no tiene tanta suerte. De camino a su casa, ve como dos chicos intentan robar una moto. Cuando él acelera el paso, reconoce de repente esa moto. Por el lugar donde está, no le cabe duda. Recuerda perfectamente como ella eligió esa Vespa de color azul cielo, a la que juntos le pusieron esas pegatinas en la parte delantera. Incluso reconoce la matrícula.
-¡Eh, vosotros! Dejad esa moto ahora mismo.
-¿O si no qué? ¿Vas a llamar a la policía o vas a pegarnos tú mismo? Porque en ninguno de los dos casos conseguirás meternos miedo, ¿sabes?
-He dicho que dejéis la moto. Ahora.
-¿Por qué? ¿Es tuya? Claro, si ya lo decía yo. Este color tan afeminado, las pegatinas... ¿Qué nos vas a haces? ¿Echarnos tu espray anti violadores?
Habían conseguido enfadarle de verdad. Le daba exactamente igual lo que dijeran sobre él pero la moto de su amiga jamás la tocarían y él haría lo que fuese por evitarlo. Para ello, se dirigió al más pequeño de los dos y le plantó el puño en la nariz, tan fuerte como pudo. Entonces, notó la sangre tibia correr hacia abajo, mojando sus dedos que, paralizados, aún seguían en su cara.
En ese momento, el otro chico se colocó frente a él, sin decir palabra, simplemente observándolo. Tras unos segundos, con un movimiento rápido y limpio, le agarró de la nuca y, agachándole la cabeza, le dio con la rodilla en el labio partiéndoselo y una segunda vez, en la ceja.
Cuando recobró algo de fuerzas, cogió carrerilla y estampó su cabeza contra el estómago del otro tan fuerte como pudo, haciendo que éste se doblase en dos de dolor e incluso escupiera algunas gotas de sangre.
De repente, una mujer mayor se asomó por una ventana y aseguró que llamaría a la policía.
Entonces, los dos muchachos salieron corriendo, pero antes de ello, le dieron una patada en la boca del estómago que le dejó en el suelo durante unos segundos.
La señora bajó corriendo, una vez que se hubieron ido los otros dos, con un vaso de agua y unos paños húmedos para ayudarle en todo lo posible. Él le agradeció su ayuda pero se levantó y se fue, andando como podía, hasta su casa.
En ese camino, se paró a mirarse en el espejo de un coche. Estaba realmente horrible. Le sangraba la ceja y el labio, tenía el ojo y la boca hinchada y además le ardía. Pero le daba igual. Había conseguido que no robasen la moto de su amiga.

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