jueves, 20 de enero de 2011

#Capítulo 17

Metió su mano en el bolsillo y sacó de él las llaves de su moto. Estaba dirigiéndose al garaje cuando, de pronto, cayó en la cuenta de que su moto seguía aparcada en la zona de los pubes por donde estuvieron anoche.
Pensó que la mejor idea sería ir en autobús hasta el centro y allí recoger su moto, con la que iría a su casa.
Esperando en la parada, el tiempo se le hacía interminable por lo que decidió ir a pie ya que incluso llegaría antes. Y es que, aunque tardase más, no soportaba la idea de permanecer tanto tiempo rodeada con gente con la mirada perdida y que, posiblemente, no había sonreído en horas.
En menos de quince minutos llegó a su destino donde, al alzar un poco la vista, descubrió su moto tirada en el suelo junto algunas gotas de sangre. Un escalofrío recorrió en ese momento su cuerpo al sentir el peor de los presentimientos.

Era el viento azotando su rostro el único capaz de secar las lágrimas que corrían por su rostro, sin esconderse, ya que, en los momentos de pánico, es casi imposible ocultar nuestros sentimientos. 
Esta vez temía haber podido perder a su amigo una vez más. Pero esta vez para siempre.
Giró a la derecha una vez más. Rojo. No se dio cuenta de que en esa pausa no había nada que secase sus lágrimas cuando giró la cabeza y vio, en el asiento trasero del coche de al lado, una niña de unos dos años que le ofrecía su chupete en un intento de que ella también encontrase en él la calma a sus llantos. Como respuesta, la pequeña tendría que conformarse con una sonrisa a la que correspondió inmediatamente.
Es increíble como en los malos momentos incluso los más pequeños detalles pueden convertirse en una sincera sonrisa.

Y todo por una pelea. 
Bajó de la moto, se quitó el casco y puso el candado alrededor de una farola. Una estúpida pelea.
Llamó al timbre y, mientras esperaba que alguien le abriese la puerta, recordó lo húmedas que estaban sus mejillas. Cuando volvió a alzar la vista se sorprendió al verle a él. 
Nada más cruzar una mirada, sintió una fuerte punzada. Tenía la cara inflamada y enrojecida. Aún podía verse un toque de pánico y dolor en sus ojos, lo cual le dejaba completamente indefenso. Incluso le hacía daño verle así. 
A los buenos de los cuentos nunca les hacen nada malo. A los buenos no se les ve sufrir, ni llorar. Los héroes no tienen que ser rescatados. 
Y él era su héroe.

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